14 de febrero de 2006

Ya no somos los mismos


Por Yaima Fontaine Pérez (médico recién graduada, Hospital Integral de Campaña de Mansehra, Pakistán)

Aunque no tengo puntos referenciales anteriores, sé que nuestra misión en Pakistán, es una de las más importantes que han protagonizado los médicos cubanos, y ser partícipe de ella es algo que guardaré con mucho orgullo el resto de mi vida.
Sin dudas, luego de esta experiencia ya no somos los mismos. Partimos llenos de bríos y también de incertidumbres a un país del que solo conocíamos su nombre y la necesidad inminente de ayuda a causa del terremoto.
Las sensaciones que han nacido en este lugar empequeñecen los adjetivos que puedan emplearse para describirlo y la inexperiencia, por ser recién graduada, ha sido un buen complemento para esta brigada que ya es una familia.
Nuestra Mansehra (distrito de la provincia North West Frontier) se ha convertido en una anfitriona gentil. Su clima benévolo nos mantiene, hasta hoy, a salvo del frío insoportable y las nevadas. Su gente humilde ya nos ama, y cada vez más se agrupan en largas filas frente al hospital de campaña, logrando que nuestras notas diarias y corazones se llenen de anécdotas inolvidables.
Bautizamos nuestro campamento como 30 de noviembre, pues llegamos aquí el día 29. En ese entonces apenas éramos unos pocos colaboradores, con solo un par de tiendas levantadas y un hospital de campaña aún sin armar.
Entonces, pusimos nuestras manos inexpertas en la obra y nos convertimos en arquitectos de este pedacito de Cuba, a tantas millas de nuestra tierra, hoy un aliento siempre presente para desarrollar con éxito nuestra misión.
Los días parecen cortos mientras estamos atareados, pero las noches pakistaníes simulan tener un pacto con el tiempo y logran volverse interminables.
Tratamos siempre de arroparnos entre frazadas y libros; con frecuencia, escribimos los correos que enviaremos al día siguiente y revisamos algún tema médico de interés. Otros se reencuentran con sus “musas” antes de conciliar el sueño y escriben poemas.
Antes de dormirme traigo a mi memoria mi hogar, mis padres que, seguramente, muestran ya mi foto junto a un dromedario y otra junto al pequeño Humar, el cual recibí casi agónico en mi consulta porque su madre “no tuvo tiempo de traerlo antes”. Con cuatro meses de nacido, jamás recordará nuestros rostros de satisfacción, mientras lo contemplábamos en la sala de terapia intensiva cuando volvió a sonreír como un niño sano.
Invoco con especial cariño las visitas que hacemos al terreno, a lugares tan lejanos como imborrables. Las personas que encontramos no muestran protocolos, ni recelos. Nos regalan su mejor sonrisa, nos invitan con gestos a pasar a sus hogares, y en pocos minutos transforman su casa en una consulta improvisada, donde a veces vemos cientos de pacientes.
Luego, siempre el té con leche, tradicional y exquisito, el convite al regreso y el agradecimiento eterno que a veces no pueden verbalizar, pero una mano apretada, un rostro emocionado que te llama hermano nos impulsa a ser mejores médicos y personas, porque nada como eso gratifica tanto el alma.
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